Cada vez que termina una fecha FIFA quedo con una idea zumbando en la cabeza: el odio del fútbol europeo a cualquier torneo de selección que no se juegue dentro de sus fronteras. En Europa, desde su posición dominante en el deporte, detestan la Copa América, la Copa África, las clasificatorias mundialistas y cualquier situación que involucre enviar a sus jugadores extranjeros a sus países de origen.
Ese desprecio, por cierto, no es más que un vestigio del pasado colonialista del Viejo Continente. La analogía es la siguiente: tal como los artefactos robados que los museos europeos exhiben en sus galerías, negándose a retornarlos a sus reales dueños, los clubes europeos parecieran querer mantener a los talentos de otras latitudes confinados exclusivamente en sus estadios.
La última fecha FIFA es un buen ejemplo. Es cierto que la pandemia por Covid-19 y la división de la Conmebol en la realización o no de la fecha clasificatoria rumbo a Catar 2022 son atenuantes en la historia, pero al final del día muestra los límites de voluntad de los equipos europeos a la hora de ceder a los futbolistas para compromisos internacionales.
"No es posible. Entiendo la necesidad de las diferentes asociaciones, pero es un momento en que no podemos hacer felices a todos. Entonces tenemos que admitir que a los jugadores les pagan los clubes, lo que significa que debemos ser prioridad", afirmó el a menudo llamado "progresista" entrenador de Liverpool, Jürgen Klopp, aquí poniéndose del lado del dinero y resumiendo el sentir de otros colegas en la Premier League.
Liverpool terminó cediendo a sus seleccionados europeos y africanos, pero no a los sudamericanos ante el lobby que terminó por la suspensión de la fecha clasificatoria Conmebol. Clubes de otros países tomaron decisiones similares, pero también hubo algunos que igual dejaron a sus seleccionados salir. Incluso rumbo a Sudamérica. Chile, por ejemplo, tuvo un amistoso ante Bolivia que valía nada y contó con Claudio Bravo (Real Betis), Gary Medel (Bologna) y Fabián Orellana (Real Valladolid).
Los fanáticos también se suben a este tren del colonialismo del fútbol europeo, quejándose constantemente por la interrupción de sus ligas. La prensa no se queda atrás y en su cobertura ha creado un término que demoniza estos "parones internacionales". Hablamos del temido “Virus FIFA”, en relación a los jugadores que retornan con lesiones o fatiga luego de ir a defender a sus selecciones. Por cierto, nunca hay "virus" en la sobrecarga de partidos que sufren los jugadores por el propio calendario europeo.
Lo que se escapa en el lloriqueo "primermundista" es la importancia social en países no europeos de ver a sus jugadores e ídolos defendiendo los colores nacionales. Personalmente tuve la suerte de ver a Arturo Vidal y Alexis Sánchez en el inicio de sus carreras, pero en su peak la única posibilidad de disfrutarlos en vivo era por la selección chilena. El mismo sentimiento, probablemente, se repite entre los brasileños que quieren ver a Neymar, los argentinos que sueñan con ver a Messi, los mexicanos que gozarían con ver a Chucky Lozano y Raúl Jiménez en el Estadio Azteca e incluso los estadounidenses que esperan con ansias ver a Pulisic, Dest y McKeenie.
Y eso que aquí ni siquiera estamos hablando de otro gran problema del colonialismo del fútbol: la captación de futbolistas africanos para la conformación de selecciones europeas.
Finalmente, podemos estar de acuerdo en que el calendario internacional necesitas mejoras, pero el fútbol europeo debe dejar el llanto, el papel de víctima desde el privilegio. Tampoco debe olvidar que esos son los mercados que lo surten con talento, los que aportan en las grandes mordidas que supone la venta de camisetas y los que ayudan a inflar sus estratosféricos contratos televisivos.